Esto implica también su forma de percibir “el mundo” y por tanto a los demás y, por ende, la dirección que deben tomar sus actuaciones particulares o grupales ante ciertas circunstancias y personas.

En alguna medida esta forma de comportamiento que emana de “mi colectividad”, es comportamiento que debo exhibir, o si se prefiere, que debo hacer público ante los demás de mi grupo y por lo tanto de mi entorno cultural.

Porque, se quiera o no, estoy en el mundo, pero solo en una determinada parte de él, con sus particularidades.

Particularidades que, dicho sea de paso, conforman en alguna medida mi identidad, aunque no la agote.

En sus rasgos objetivos, si se puede hablar de rasgos objetivos, la identidad es aquello que nos distingue de manera personal, grupal o colectiva.

Bajo este argumento, cuando se nos pregunta quienes somos, podríamos responder, según nuestra adscripción cultural:

Soy… “nacionalista”, “socialista”,  «marxista», «evangélico», «gay»,  etc., es decir,  respondemos desde nuestra autodefinición como persona respecto de nuestros gustos, o del papel que desempeñamos en el grupo social en el que tenemos nuestra adscripción como seres humanos que somos.

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Está constituida por objetos que están en relación formal y dinámica conmigo.

No solo hay una ubicación de orden espacial y de orden cronológico, sino de valor.

Yo valoro una situación, según la significación en la que yo, como persona,  estoy situada en esa realidad y ahora.

Porque las cosas, son o no son (importantes), en la medida que interesan y significan para mí.

“No hay neutralidad posible en una situación –dice el Dr. Castilla del Pino-  cualquiera que esta sea», al ser esta una delimitación de la realidad que hago mía.

Y al hacerla mía, es valorada por mí, como parte de toda ella.

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También para protegernos del mundo y de los actores que vayan a contracorriente de lo que somos, pensamos o creemos.

Es nuestro principal decodificador de la realidad, es la lente a través de la cual miramos e interpretamos al otro, para admitirlos ó  rechazarlos.

La burla, indiferencia o rechazo a un homosexual, por ejemplo, no es algo natural sino aprendido en el marco de una identidad machista.

Y dicha identidad machista se va adquiriendo desde la primera infancia y se va reproduciendo en etapas posteriores de la vida en la que se adquieren ciertos tipos de discursos.

En las relaciones sociales siempre hay un discurso que se emplea para hacer valer la identidad propia, la mía, tanto para afianzarla,  justificarla o defenderla de otra que se considera «intrusa».

Utilizamos  “maquillajes”,  para presentarnos, en según qué contexto y en según qué ocasión.

Constituye esto una estrategia, con la que el ser humano cuenta a la hora de mostrarse ante el otro, y viceversa, los demás nos la exponen cuando establecen relación conmigo.

Y todo ello con miras a la obtención de un éxito que el sujeto no cree posible lograr de otra forma. En este sentido, y de alguna manera todo maquillaje lleva implícito una cierta porción de engaño.

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