La identidad, como parte de la construcción cultural, aparece como un tema que pone de manifiesto los gustos, preferencias, simpatías, rechazos, sentidos de pertenencia y adscripciones de los seres humanos en su vida en sociedad.

Esto implica también su forma de percibir “el mundo” y por tanto a los demás y, por ende, la dirección que deben tomar sus actuaciones particulares o grupales ante ciertas circunstancias y personas.

En alguna medida esta forma de comportamiento que emana de “mi colectividad”, es comportamiento que debo exhibir, o si se prefiere, que debo hacer público ante los demás de mi grupo y por lo tanto de mi entorno cultural.

Porque, se quiera o no, estoy en el mundo, pero solo en una determinada parte de él, con sus particularidades.

Particularidades que, dicho sea de paso, conforman en alguna medida mi identidad, aunque no la agote.

En sus rasgos objetivos, si se puede hablar de rasgos objetivos, la identidad es aquello que nos distingue de manera personal, grupal o colectiva.

Bajo este argumento, cuando se nos pregunta quienes somos, podríamos responder, según nuestra adscripción cultural:

Soy… “nacionalista”, “socialista”,  «marxista», «evangélico», «gay»,  etc., es decir,  respondemos desde nuestra autodefinición como persona respecto de nuestros gustos, o del papel que desempeñamos en el grupo social en el que tenemos nuestra adscripción como seres humanos que somos.