La teoría de la identificación no advierte el importante detalle de que esta identificación, para usar una expresión del Dr. Castilla del Pino, «está siempre por ver»:

Es imaginaria, inverificable, porque…  ¿cómo se prueba que esa persona con la que me relaciono me dice verdad y cómo sabe ella (esa misma persona) que lo que yo le digo es verdad cuando interactuamos?

Si las identificaciones entre aquel y yo pudieran probarse, no habría lugar para la confianza.

Y esto, porque no habría posibilidad de engaño.

El riesgo de equivocarnos nos acompaña siempre y precisamente cuando confiamos.

Y si nos engañan, conviene reflexionar sobre ello: ¿nos han engañado o nos hemos equivocado?

Tal vez las dos cosas, en proporciones diferentes según la situación concreta.

A veces nos conviene “dejarnos engañar”; otras veces negamos la evidencia “no queremos ver el engaño”; algunas, en fin, somos traicionados alevosamente y sin defensa posible.

El mundo de las relaciones humanas funciona sobre la base de pactos morales implícitos (no evidenciables, solo inferibles porque se interpretan desde indicios) de extrema complejidad y sutileza.