El conocimiento de la mismidad, esto es, de uno mismo, supone que por los complejos vericuetos del lenguaje en el que nos hablamos a nosotros mismos,: nuestro diálogo mental, podamos atisbar, desde lo que la memoria nos ayuda la peculiaridad que constituye nuestra propia biografía.

Conocerse a  sí mismo, es algo facultativo de cada ser humano, en el doble sentido:

primero, de ser posible,

y después, de imponérselo como un imperativo moral, que ayude a conservar el valor de lo bueno

y corregir lo que deba serlo.

 Las actuaciones que se me reflejan, me pertenecen, son mías; reflexionar sobre ellas  es,  pues, conocimiento de mí mismo:

¿Soy capaz de…?, ¿no lo soy?, ¿por qué actué así?…

 Son juicios sobre uno mismo como sujetos que somos, y derivan en un juicio que nos mereció la actuación y que  ahora rememoramos.

 Conocer lo que se hace y, aún más, por qué se hizo, es conocerse a sí mismo.