Los buenos sentimientos
Los buenos sentimientos, no sirven para nada
a la hora de abordar los problemas humanos.
En general, nunca sirven para mucho,
porque abocan al peligro del sentimentalismo,
ese ánimo pobre, que encuentra soluciones
en cosas tan retorcidas como la bondad,
la esperanza, la abnegación,
el esfuerzo, el sacrificio…
y otras falsas virtudes:
son afectos demasiado engreídos.
Solo de entre todos los sentimientos
llamados nobles,
hay uno, pienso yo,
que merece la pena poner a salvo:
la simpatía.
Y esto, porque la simpatía es espontanea,
no tiene precio,
y es consciente de sí misma.
El buen ánimo, y gusto por agradar,
son gratuitos y alegres,
propios de quien no se considera indispensable,
y se siente bien tratado por la vida… al margen de su suerte.
Dice Anatole France, que «si exagerásemos nuestra simpatía,
como hacemos con nuestras penas,
muchos de nuestros problemas perderían importancia».
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