¿Quieres conocerte a tí mismo y a los demás?
Cuando conocemos, interpretamos, o al menos así debería ser. Pero, ¿en qué consiste interpretar?
En las habituales teorías del significado, la situación o el objeto, pongamos por caso, una persona, al que pretendemos conocer y por lo tanto interpretar, es el referente de primer orden.
Pero la interpretación se inicia no en el objeto, no interpretamos sobre la persona, que es el caso que hemos elegido, sino sobre la imagen de la persona (imagen de esa persona precisamente porque la hemos elegido, e imagen de lo seleccionado, precisamente, de esa persona, esto es, de lo que nos hemos fijado de ella), y que constituye el interpretable, a partir del cual tiene lugar un segundo momento del proceso de interpretación, en el que se detectan las propiedades del objeto en función de quien lo está percibiendo. El verdadero referente, en lo que yo me he fijado y estoy fijo, es en la imagen del objeto, que actúa como significante, a partir de la cual se construye la interpretación como teoría de ese objeto, en este caso, de esa precisa persona que nos ha servido como ejemplo.
Con otras palabras: el objeto, cualquiera que este sea (la persona que hemos elegido puede servirnos) es condición necesaria pero no suficiente para la constitución del significante, que es la imagen que yo me voy a hacer de ese objeto. Hace falta, por tanto, que a partir del objeto, yo construya la imagen del mismo para que entonces surja como referente a interpretar, es decir, como interpretable. Al respecto, un ejemplo cotidiano: las denominadas “ilusiones ópticas”, prueban de modo inequívoco que el significante no es el objeto en sí mismo, sino la imagen que construimos de él.
La aparente paradoja es que toda interpretación dada como cierta, es falsa.
Para aquél que confiere certidumbre a la interpretación, regiría el criterio de verdad/falsedad, porque en realidad se hace sobre el enunciado que identifica interpretación con explicación, y la cosa, como creo que ha quedado claro, no es precisamente así. Sólo es así en los casos en los que se produce en la persona un trastorno mental.
Ocurre lo mismo con uno mismo. Concedemos mayor importancia a lo que pensamos sobre nuestros actos, que a la actuación en si misma… y muchas veces esto, confunde y nos lleva a un error que nos puede causar, cuando menos, un estado emocional desagradable.
Conocerse y conocer al otro, no es fácil, pero tampoco pensemos que es imposible.Es una técnica lógica que puede ser aprendida, y una vez hecho esto, las relaciones con uno mismo y con los demás, mejoran.
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