La intimidad, es absolutamente personal.
Una propiedad privada, a la que nadie tiene acceso y que se preserva vigilante de cualquier observador o injerencia
mediante el correspondiente: “reservado el derecho de admisión”.
La intimidad, es precisamente eso que constituye lo que pensamos sin trasmitirlo y por lo tanto… secreto: lo que no se cuenta, lo que no se puede o debe decir, “lo mío”… eso es la intimidad.
Nadie, salvo uno mismo, sabe de su intimidad.
Sin embargo, si existe (y no siempre) un espacio en el que se desvela ese sentir íntimo, me refiero al espacio clínico de la consulta psicológica, y solo la desvela… aquel al que le atormenta.
A veces, y cuando ocurre esta excepcional circunstancia, conviene hacer ver a quien deposita en uno un secreto,
que conviene desprenderse de “ser… lo que se tiene que ser”, y empezar a “ser… lo que se desea ser”.
Una cosa que parece fácil y a la que cualquiera aspira, incluso que en nuestras reflexiones creemos haber alcanzado,
y que, no obstante muchas veces… no es así.
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