De vez en cuando, sacamos al exterior, aunque, eso sí, convenientemente acicalado, un segmento de esa vida oculta y la convertimos en pública.

Ahora bien, esta vida íntima no es menos real que la otra, la vida empírica, aunque sea puramente mental.

Lo mental forma parte de la Naturaleza, como las demás funciones de nuestro organismo (la circulación, la respiración).

Esta vida mental, la vida íntima, tiene una propiedad formidable: hace al sujeto omnipotente en esa realidad.

Ya lo señaló Sigmund Freud, y otros antes que él, aunque no, desde luego, en el corpus de una teoría.

A diferencia de lo que ocurre en la vida exterior, en la íntima los deseos se satisfacen de manera inmediata; y esa y no otra es su función, esencial por cierto, para la economía del sujeto. 

Gracias a la vida de la fantasía, forma figurada del deseo, podemos soportar esa otra vida a la que habitualmente reservamos el calificativo de real.

La vida externa a nosotros, la vida social, preñada de frustraciones, errores, desengaños y sufrimientos, aunque a veces, entreverada de éxitos.

La fantasía, es la ortopedia del sujeto.