Aunque nos quieran hacer ver lo contrario conviene, en todo, ir despacio.
Con ritmo… pero despacio.
Es la única forma de afianzar cada paso, y que cada paso sea diferente al anterior.
Suave, sin prisas, dejando que el horizonte siga donde tiene que estar… nunca vamos a alcanzarlo.
No conviene precipitar los acontecimientos.
Que lleguen antes… no significa nada.
El momento justo, existe y llegar por delante de él, hace que se escurra entre las manos, que sorprenda por precipitado y sin capacidad para su disfrute.
Y el caso, es que ese momento, estaba ahí.
Solo hacía falta dejar que llegara, sin empujones, porque iba a llegar… despacio.
Pasa un tiempo, y pasa, porque no le dejamos que se quede.
Le invitamos a un olvido precipitado.
Pero los tiempos, tienen sus exigencias…
Dejar que las cosas sucedan con la cadencia que el buen sentido nos propone.
Lo decían no hace tanto:
“Las prisas… no son buenas para nada”
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