La vejez, hoy, es un periodo de la vida indefinido del que no se sabe muy bien de cuando a cuando abarca.

 La edad, parece tener poco que ver con la vejez, quizá porque huimos de ella como de la peste

a través de la cosmética, los tratamientos rejuvenecedores y los quirófanos.

Pero… ninguno de ellos borran la biografía de cada cual ni reduce las hojas del calendario ya vividas.

 Casi toda la vida, se considera uno mismo y nos consideran los demás jóvenes:

un estado transitorio que comprende, digo yo,

un volumen de años considerable.

 Ser viejo, se identifica hoy con un “no valer” que aterroriza.

 Antes, y aún ahora en determinados contextos,

los “consejos de ancianos”, eran un vehículo de conocimiento respetado y requerido.

 Hoy, la importancia de la vejez, se ha desdibujado y convertido en algo caduco, y sin valor.

Por eso nos espantamos ante los signos de vejez y nos alejamos cuanto podemos, con el propósito de seguir siendo joven indefinidamente.

Un modelo mental, que la sociedad de consumo ha instalado y alimenta, como siempre, en beneficio propio.