Entre la satisfacción por lograr lo deseado y la frustración ante su negativa, transcurre buena parte de la existencia humana. 

Seguramente el deseo no sea otra cosa que un síntoma de vida: 

vivir es desear… o no es vivir.

 El deseo es un flujo psíquico que empuja todas las manifestaciones de nuestro existir.

Vivir es desear. Esto se sabe desde siempre pero fue Spinoza el primero en elevarlo a esencia de la vida.

Pero desear, no tiene por qué ser coincidente con desear la felicidad. Un constructo muy poco definido

y borroso, con el que se juega demasiado como si fuera infinito e ilimitado.

 La felicidad, me da la sensación, de que debe de andar por ahí escondida, porque todo el mundo la busca y no parece encontrarla, al menos de manera estable.

Y si esto es así, quizá ocurra que no exista tal y como la imaginamos o idealizamos.

Lo que existe es la risa (un regalo del que solo disfrutamos los humanos), lo buenos ratos, la ternura de un momento, el abrazo esperado y resuelto al fin.

 Debo decir, que los ambiciosos, pisan menos el despacho del psicólogo, y esto, creo yo, es porque permanecen contentos mientras esperan en su ansia la satisfacción de sus múltiples deseos.

Tener deseos –razonables, claro está-  insatisfechos pero alcanzables, es fuente de salud y sin duda alguna, ahorra muchas consultas a psicólogos y psiquiatras.