Para ser feliz se requiere inteligencia, pero un tipo de ella que está muy ligado a la sensatez y al sentido común.

Estamos hablando de una felicidad, hecha del placer que puedes proporcionarte a ti mismo con las pequeñas cosas de la vida diaria.

Plantear la felicidad en otros términos más absolutos es una estupidez, una malversación de fondo, un equívoco completo.

Yo no tengo necesidad de poseer más que aquello que me va a deparar bienestar, y muchas veces el bienestar no está en lo que puede parecerlo.

La felicidad no nos viene, depende de cada uno de nosotros.

El objetivo es que el hombre tiene que saber quién es y qué cosas le pueden hacer desgraciado y, en la medida de lo posible, evitarlas porque buena parte del sufrimiento es evitable.

¿Por qué no vas a poder dejar de leer lo que es malo, dejar de mirar lo que es feo y no interesa, y concentrarte solo en lo que interesa?

¿Por qué no puedes prescindir de tanta gente como hay pesada, estúpida y cruel y escoger para el trato a personas que son dulces, inteligentes y generosas?

Todo eso es para mí, ir contra la desgracia. Ser consciente del engaño que puede haber en lo que creo que puede hacerme feliz.

Hay que saber quién se es para saber a qué se puede aspirar, esto es, qué debemos desear y saber qué cosas deparan una incomodidad a fin de poder evitarlas.

 

La pulsión del ser humano es la de ser feliz, pasarlo bien en el mejor sentido de la palabra, en el sentido de los afectos, en el sentido de los placeres.

Lo que pasa es que no te dejan serlo, o no puedes serlo o te faltan instrumentos para ello o bien te equivocas y crees que la felicidad está en algo que después no te satisface.

Muchas veces no se sabe cómo ser feliz, otras muchas ni siquiera somos conscientes de que somos felices cuando lo somos.

La gente se lanza a la búsqueda de la felicidad sin saber en qué consiste su felicidad.

Lo prioritario no es tanto la conquista de la felicidad cuanto la eliminación de la desgracia.

Y es una actitud posible y deseable si prescindimos de toda la fanfarria y palabrería que la ha rodeado… “ame usted al prójimo como a sí mismo” No.

No me pueden imponer ese precepto porque yo no mando sobre mis sentimientos, por tanto no puedo amar a quien no me gusta. Lo que sí puedo hacer es apartarme de él. Nada más. No pueden imponerse preceptos incumplibles”.