Un amigo nace del acto de confiar, en la confianza. Y digo esto porque nadie tiene acceso a la intención del otro para con uno.
Si alguien me gusta y de entrada me parece fiable, le pongo pocos reparos porque, pese al riesgo, es preferible confiar. Yo soy partidario siempre de fiarme como principio general; porque si desconfías de entrada hay que ver la cantidad de oportunidades que pierdes de contar con gente a la que hubieras podido dar y recibir amistad.
Si se tiene suerte habrá merecido la pena.
El suspicaz o desconfiado ni es amado ni tiene amigos. Y si alguien en quien has puesto tu confianza nos engaña, él es el que pierde. Una cosa importante de la amistad es que esta no se debe de poner a prueba porque o es entrega o no es amistad, porque en la amistad apostamos siempre a ganar.
El amor, se va y nos va transformando.
El tiempo no es que debilite el amor, sino que en el mejor de los casos lo convierte en la mejor amistad, y la única con la que se puede llegar a las máximas complicidades.
Eso no quiere decir que el amor desaparezca, sino que se transforma. Porque el inicial, el tempestuoso, es inherente a que todavía el objeto amado no es un objeto que hayamos hecho nuestro, y eso crea ese sin vivir que la gente toma por más amor que el amor sosegado inherente al amor a un objeto que se posee.
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