El maltrato, lo digo por lo que se observa en la clínica, es un acto encubiertamente consentido en algunas ocasiones.

 Como es obvio, uno es consiente, en una relación, cuando obtiene algo a cambio.

Incluso, se oye, por desgracia, que… “hace esto, porque me quiere”.

 Soportar el maltrato, es sufrirlo a cambio de algo:

compañía, huida de la soledad, única atención que se recibe, saberse –equivocadamente- que uno “importa” a alguien.

 Pero en Psicología, y aquí está lo ácido de la profesión, uno está obligado a mirar tanto por el maltratador,por arrastrar un trastorno en su conducta, como por la víctima.

Ambas tipologías de pacientes se presentan en consulta buscando, los primeros, corregir sus arranques.

Los segundos, qué poder hacer ante una agresión injusta.

 Y, es entonces, cuando la conciencia propia, entra en crisis, y se pregunta: ¿a quién atender?

 Ambos vienen a pedir consejo aunque con argumentos y conductas bien dispares.

 El arrepentimiento del agresor es,  se crea o no, sincero, aunque horas después repita sus airadas actuaciones… y uno se siente obligado a terminar tratando de entender por qué la agresión en una pareja puede ser la sola vía de comunicación,

También por qué quien es agredido percibe, muchas veces, como amor y cuidado esta «atención» tan adversa y replochable.

 En fin: un trago nada agradable para nadie.

… serán gajes del oficio.