Función de los sentimientos:

Satisfechas las necesidades básicas, aparecen luego otras que revisten la forma de deseos.

Esto es, amor–odio,  en sentido amplio, hacia los objetos del mundo, incluido uno mismo.

Para vincularse a los objetos del mundo, el sujeto requiere de procesos cognitivos y procesos desiderativos: conocer y desear.

Lo primero,  naturalmente, es conocer, y, de entre lo que se conoce, se desea.

Así podríamos resumir la conjunción del ser humano con los objetos del entorno, y posteriormente, consigo mismo, como objeto que es.

No obstante, cuando nos situamos ante una realidad, como ya se ha dicho, nos situamos con “una teoría” de dicha realidad.

En verdad, salimos al encuentro de la realidad  “creyendo que” nos gustará o no nos gustará. Salimos a su encuentro con una idea de lo que encontraremos, con una hipótesis “a priori”  mentalmente redactada.

Existen dos formas básicas de vinculación a los objetos: de aceptación y de  rechazo.

En principio, debemos abandonar la idea de que solo existe un tipo de vinculación desiderativa: la posesiva o amorosa.

Hay, como ya se puede uno figurar, otro tipo exactamente opuesto: la vinculación aversiva, que supone el rechazo del objeto.

El rechazo, es, naturalmente activo: esto es, se pretende apartar del entorno al objeto odiado, y mantenerlo alejado.

Pero, “démonos cuenta  de que el rechazo explícito, no es una renuncia al objeto, sino una poderosa forma de vinculación con él”.