La sexualidad como una parte más de uno mismo, la experimentamos todos y cada uno en particular.
Tenemos una idea de nuestro propio cuerpo y llevamos a cabo una estimación del mismo. El cuerpo se vive como alto o bajo, delgado o grueso, hábil o torpe…pero además, y sobre todo, como bello o feo, atractivo o repulsivo. También como fuerte o débil, como sano o enfermo…
La importancia de este aspecto corporal, es siempre percibida por uno mismo, mucho más en determinadas edades. Uno la percibe cuando tiene ocasión de establecer relación, a veces confrontación, con alguien que le ofrece la imagen, porque la tiene, de un cuerpo antagónico al que se posee; por ejemplo una persona muy alta es presentada a una baja, o una persona muy atractiva, es presentada a alguien que se considera feo/a.
Percibimos, y los demás perciben, las diferencias acusadas, y en la cultura actual más aún, porque al cuerpo se le ha hecho significante de muy distintas cosas, pudiendo, como todos sabemos, y en función de la autopercepción que uno tenga de él, provocar graves patologías.
El “plano corporal” es sentido por uno mismo, y por los demás sin duda, y nos configura de alguna manera frente a ellos, y por el que nos definimos (o autodefinimos) a nosotros mismos. Ser fuerte o débil, ya tiene repercusiones en la persona, y puede generar, de hecho genera, trastornos de relativa importancia. Y esto por dos razones: Porque los demás me saben (fuerte o débil) y porque yo mismo me sé…(fuerte o débil).
Ser una persona sana o enfermiza, también tiene sus significados, y puede generar, igualmente, complejos de importancia, y por las mismas razones: porque los demás me hacen saber…(sano ó enfermizo) y porque yo mismo me sé…(sano ó enfermizo).
Obviamos lo referente a quien es considerado, o se considera a sí mismo, como bello o feo todo él, o a alguna parte de su cuerpo.
El sujeto, la persona, tiene un plano erótico referido a su cuerpo; esto es, tiene un yo erótico, y nos autodefinimos y somos definidos por él. Somos más masculinos o más femeninos. Somos “más activos” o “más pasivos”. Somos más competentes o menos competentes. Muy potentes o impotentes. Cariñosos o fríos.
Cada uno de los polos femenino-masculino tiene su valor en nuestras pautas socioculturales y operan como tales.
Todo el lenguaje de la conducta se dirige ante todo y en toda interacción, a ofrecer el sexo-género al que pertenecemos a nuestro interlocutor.
Los modos y maneras de actuación son todo un código de señales de sexo-género, que no tienen por qué tener un contenido erótico estricto.
No obstante, y esto se observa en no pocas ocasiones, toda la conducta de un sujeto, puede estar en función de la ostentación de la forma de ser que quiere mostrar respecto de esta cualidad (el YO de “macho” por ejemplo, o el de “afeminado” término que utilizo exclusivamente como “expresión” por la significación particular que tanto en ambientes homo-eróticos como hetero-eróticos se le presta).
No es raro oír, por otro lado, expresiones del tipo “… es muy femenina”, para significar particulares maneras de determinado tipo de mujer.
Esperemos que desaparezcan pronto estos encasillamientos y clasificaciones.
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