Lo que se propone al paciente en psicoterapia,  es que no existen formas de penetración absolutamente precisas y objetivas del universo íntimo.

Ante la angustia, y ante la existencia de ansiedad, el sujeto busca ayuda, muchas veces en forma de psicoterapia.

Pero esto, en ocasiones, se lleva a cabo, tendiendo una trampa: el paciente se dice a sí mismo, que a través de esta búsqueda de ayuda, él ha puesto ya de su parte cuanto le era posible poner, y exige, que la psicoterapia calme lo que en él ocurre (sin más trabajo que reconocer la angustia y buscar ayuda).

En la experiencia psicoterapéutica, se ve que el mero análisis por parte del paciente, sin una inmediata praxis, sin un “inmediato” y “nuevo hacer”, o “hacer distinto”, el enfermo no es capaz de la resolución del conflicto que le aqueja.

Toda psicoterapia, es una situación, y, como ya se ha dicho, una situación de excepción.

Psicoterapeuta y paciente, establecen una relación en la que ambos laboran de modo expreso para establecer una comunicación interpersonal inusual.

Toda psicoterapia, es una dolorosa puesta en juego de la dialéctica de la  concienciación, es decir, de provocar la toma de conciencia acerca de la realidad de la situación a la cual el paciente abocó.

Pero frente a esta toma de conciencia, y en sentido opuesto están: “las resistencias a saber”, es decir, a tomar conciencia de aquello que le angustia o deprime.

La cuestión es que ese saber, le “obligará” a “un hacer” de otra manera.

En este sentido, la  adopción de ese nuevo hacer, que le deparará una nueva situación, significa que habrá cambios y renuncias, abandono de anteriores gratificaciones, nuevas actitudes… en definitiva: “otros quehaceres”.

De las resistencias al cambio, surgen preguntas sobre sí mismo:

¿Qué me deparará esto?

¿Significará de verdad un cambio para bien?

¿No será otro error?

A toda esta situación, se une la  resistencia a saber sobre sí  mismo. Pues ese saber, en la medida en que ha de hacerse en profundidad, va a deparar, de momento (luego no) al paciente, solo una fuente más de conflicto y de angustia subsiguiente.

La “depresión” por la que todo paciente pasa en una determinada fase de la psicoterapia, va directamente ligada a lo conseguido hasta ese momento en esa misma psicoterapia, esto es, a la concienciación de su responsabilidad, sin que hasta el momento haya intentado una práxis distinta y eficiente.

Esta depresión, en la psicoterapia, se manifiesta en forma muy diversa: desde el escepticismo frente a la eficacia de “lo que aquí se hace o estamos haciendo”, hasta la autoinculpación más exagerada: “usted no tiene culpa de nada si esto no se aprovecha; todo depende de mí…”.

La  fórmula magistral, si pudiera haber alguna en el transcurso de cualquier psicoterapia, sería: “He dejado de sentirme culpable de lo que he sido y soy… Pero soy responsable de lo que he de ser, en el hacer que realice de ahora en adelante”.