Los sentimientos “se tienen”, en el sentido de que se experimentan cuando surgen: son actuales.
El recuerdo de la alegría, el recuerdo de un hecho gozoso, puede alegrarnos, incluso emocionarnos, pero es una alegría distinta a la que fue sentida cuando es evocada o rememorada.
Por eso, a los sentimientos nos referimos en presente de indicativo: siento tristeza, estoy contento, tengo hambre.
No se puede sentir la tristeza que sentí, como no tengo igual hambre cuando rememoro la que tuve.
Cuando un sentimiento se vive como dolor (displacer) ante la frustrada vinculación que se anhelaba, o tras la ruptura de la vinculación preexistente, notaremos al respecto, que la intensidad del displacer tras la frustración.
Esto es, el dolor ante la pérdida de algo o alguien, es de mayor rango que la del placer de la vinculación lograda cuando lo obtuvimos.
Por su parte, la persona, sabe que siente, porque el sentimiento que irrumpe genera una modificación de sí mismo de tal naturaleza que se hace presente para el sujeto en todo él.
Altera sus procesos cognitivos, la motilidad, hasta el funcionamiento visceral.
La persona, se podría decir, está en el mundo para resolver problemas que le surgen, en una palabra, para adaptarse, y entre medias, están – es inevitable – los sentimientos.
Los problemas de los seres humanos, muy en síntesis, se reducen a dos: La necesidad de vincularse a determinados objetos para la satisfacción de sus deseos, y, hacerlo con el menor coste posible.
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