Podríamos decir que desde los primeros instantes de una relación – por efímera que pueda ser – se produce una postura intencional.
Podemos aludir a comportamientos que pueden predecirse porque son llevados a cabo por entes racionales.
La intención, la intencionalidad, está oculta en el acto y no se revela.
«La intención de los otros solo podemos inferirla, suponerla, figurárnosla y permanecerá por siempre como supuesta: las intenciones se confirman o no, pero no se prueban». (Sacado de la entrevista a Castilla del Pino – Ana Caballé).
Es por eso que la relación interpersonal es siempre una apuesta, a saber, la de que nuestra teoría acerca de las intenciones del otro es la más verosímil.
No obstante, nunca podemos confiar en que sea la verdadera.
De aquí que toda relación interpersonal se sustente en la confianza; confianza en que las intenciones que suponemos en aquel de quien nos fiamos coinciden, en efecto, con sus intenciones reales.
“La confianza -dice Castilla del Pino- suple a la inalcanzable certeza.
Nunca logramos algo ni siquiera aproximado a la evidencia sobre las intenciones de los demás. O nos fiamos o no nos fiamos de aquel que tenemos delante.
Pero también hemos de confiar en nosotros mismos, y confiar en nosotros mismos a este respecto, es confiar (dar crédito) a que nuestra teoría es todo lo acertada (lo «buena») que puede ser, a tenor de la pericia que nos atribuimos.
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