La experiencia del tiempo
El tiempo, nos abruma y nos absorbe…sin posibilidad de retorno.
Sus efectos son palpables:en el interior,
nos recuerda lo que hicimos o dejamos de hacer…
en el exterior, nos perfila con señales imposibles de difuminar.
Su entendimiento cabal, como el de “su adjunto” el Espacio,
ha quitado el sueño a científicos y artistas.
Sabemos del Tiempo en la propia existencia,
y en ella misma sabemos del Espacio,
que siempre está asociado a una dimensión de temporalidad:
porque «hacemos» en un momento y lugar determinados.
Pero el Tiempo es mucho más enigmático,
porque es invisible, inmaterial… y, sin embargo perceptible.
Estamos hechos de tiempo,
nos lo recuerdan nuestras evocaciones, al compás de su retórica.
El tiempo… un infinito que, no obstante,
nos atrevemos a medir en la dimensión categórica
que marca… un calendario.
Y a pesar del rigor de mecanismos y almanaques,
el tiempo es vivido de distinta manera en cada cual.
Incluso en momentos evolutivos distintos,
el tiempo tiene su concretísima forma de materializarse.
No es el mismo tiempo el que se vive en la infancia o en la juventud
que el que se vive en la vida adulta o la vejez. Dicen los científicos
que el tiempo es el mismo y dura lo mismo… pero la vivencia
en uno y otro momento, es individual, particular, y diferente.
Decía Santo Tomás:
«Bien sé lo que es el tiempo… pero si me lo preguntan… ya no lo sé».
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