La realidad, a la que nos enfrentamos inevitablemente, ese día a día particular, constituye NO  una realidad objetiva

sino que para cada cual, la realidad, es SU realidad.

Nunca puede ser objetiva, porque somos sujetos, y por lo tanto, como tales, es inmediatamente interpretada como subjetiva.

 Las cosas son NO lo que son, sino lo que significan para mí, que puede, y de hecho así ocurre, no tener que ver con lo que significa para el otro.

 Interpretamos la realidad, de acuerdo a lo que en ella hemos vivido.

Nos retraemos a nuestro pasado, y conforme a él, damos sentido a lo que sucede.

También le damos un significado de acuerdo a nuestra moral, valores o intereses, variables demasiado engreídas en muchas ocasiones.

 Ninguna forma de hacer del otro, es coincidente  con mi forma de hacer y lo mismo ocurre con nuestra forma de pensar,

que es, absolutamente nuestra, única, personal y singular frente a la de los demás.  

 

Cada cual, tiene un mundo, que es su mundo. 

Distinto al de los otros y desde luego, 

dotado de un significado que uno mismo se propone a sí mismo.

 

Por eso, la comunicación entre dos o más 

siempre aloja un punto de distorsión y de misterio,

porque mi parecer sobre lo que ocurre o se me presenta, 

es un parecer propio, al que doto de un significado

distinto al de cualquiera que esté en esa misma situación.

 

Somos únicos, y por lo tanto, nuestra interpretación mental, 

también lo es… aunque muchas veces ajustamos 

lo que sentimos o pensamos, a lo que sienten y piensan los demás, 

unas veces porque es conveniente, 

y otras, porque esperamos su reconocimiento o su afecto al hacerlo.

 

Una ley de vida no escrita, pero a la que no podemos escapar.