La vida, puede ser definida, como un recorrido que va de agujero en agujero…

De una oscuridad naciente a un tugurio de silencio sepulcral.

 La nutrición, la excreción, el ejercicio de los placeres, poseen una lógica de paso por distintos agujeros.

 Entrar, salir, penetrar, expulsar, rigen buena parte de nuestra conducta y no son concebibles sin la existencia de esos círculos más o menos perfectos que debemos traspasar cada cierto tiempo.

 En la identidad humana, pasa algo parecido:

Un yo cerrado, acerrojado y macizo, sin puertas ni ventanas, no es humano, ni vividero.

 El habla, el sexo, el gusto, ver, oir, respirar…  y algunas cosas más, van siempre de agujero en agujero.

 Es curioso, como la naturaleza, se comunica a través de esfínteres, con los que todos los seres humanos contamos. Y mejor que sea así. 

Estamos diseñados, de tal forma y manera, que la vida, como ya he dicho, parece ir de agujero en agujero. 

Puede ser que no sea casual, más bien es una forma de mantenerse vivo, y como no, de perpetuar nuestra especie.

Si tenemos tantos, y tan bien diseñados, no cabe duda de que ha de ser así. Al menos, mientras no haya cambios en nuestra morfología. Y esto, parece poco probable.

Sin las fosas nasales, moriríamos. Sin la boca, algo por el estilo. Y sin el resto, nos lo podemos imaginar.

Bien está que sea así y que siga siendo así.

Cosas de la naturaleza.