Cambiar de aires

El viento, los aires,
tienen que ver , desde hace tiempo,
con un auxilio terapéutico en algún momento reconocido
para encauzar los impulsos y los desfallecimientos,
que vagan por la conciencia, a veces, sin control.

Los aires, el viento,
fueron botica, hace ya,
para la restitución de un pensamiento cabal
y un estado anímico sereno, cómodo,
desafiando a toda otra autoridad,
y constituyendo por sí mismo una promesa de salud.

“Cambiar de aires”, fue una prescripción
ante las calamidades personales
y frente a las angustias no resueltas y vigentes,
que en algunos casos,
tornaban en procesos sumariales de instrucción interminable,
como buscando que el paso del tiempo
las hiciera prescribir por la pura paciencia.

El viento tiene también algo de silencio sepulcral,
de extrema soledad que anima al pensamiento
a detenerse en los límites de la sencillez,
convirtiéndose en agente de indudable provecho terapéutico
que se empeña en acortar las distancias
de lo que nos separa de nosotros mismos,
y que se convierte, a veces, en un salvavidas imprescindible
oxigenándonos mientras nos calma.

El viento pertenece a una estirpe inmortal como elemento.
Un titán demoledor en ocasiones
que se permite asaltar el principio inviolable de las distancias,
aunque las más de las veces,  nos acaricia y ventila
amansando las tensiones.