Nunca he visto la musculatura emocional.
Probablemente porque lo mental carece de masa muscular y torrente sanguíneo que la alimente.
Son otros torrentes los que nos sosiegan o irritan, y por lo general no proceden de uno mismo.
De ahí que la emulación Apolínea tenga poco que ver con nuestras conductas y sentimientos.
Lo que precisamente determina eso que constituye “lo mental”, y por lo tanto nuestras reacciones, son las “circunstancias” (Ortega lo sabía perfectamente) a las que estamos expuestos y nos sobrevienen.
De la otra musculatura, casi es preferible no hablar.
Eso sí, parecen disfrutar de mayor alegría muscular y felicidad respiratoria.
Referente a lo que nos ocupa, tengo por vivido, que hay momentos en la existencia de cada cual y en la de todos, (y conste que no me excluyo) en los que se producen violentas erecciones de autoestima.
Erecciones cuya extensión no solo afecta a la figura, sacando pecho, sino también a la conducta, viéndose uno capaz de percibir como posible cualquiera cosa por mucha impedimenta que conlleve.
Pero como pasa siempre –y mejor que sea así- después de la tempestad viene la calma, y la relajación asiste a la erección, produciéndose el descanso de unos y otros.
Es más, tras estos levantamientos emocionales suele seguir, como es lo natural tras un sofoco, una cierta flojera que afofa y languidece el entusiasmo, al menos durante algunos ratos.
No sé si estos enderezamientos ensanchan algo más que el pecho…
Lo que sí sé, es que puede que impidan – cuando otras pasiones los reclaman – la firmeza y prestaciones de algunas nobles partes, impidiendo dar resolución a satisfacciones más naturales y sencillas.
Esas que tanto nos complacen, deleitan y oxigenan.
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