El cuerpo, nuestra carne en sí, es el soporte del sujeto, entendiendo por sujeto, todo aquello que nos hace ser como somos y comportarnos como nos comportamos.

El sujeto, es lo que nos hace dar significado a las cosas, sentir, razonar, pensar, reflexionar…

Podríamos decir que el sujeto, tomado aquí como objeto de estudio y separado (virtualmente, es imposible de otro modo), no es otra cosa que nuestro yo-mismo.

Sin embargo, eso que “no es organismo”, y que convendremos en aceptar llamarlo “sujeto”, (el alma que rescata como término a utilizar Laura Bossi) y que “soy yo mismo”, a su vez, no es una entidad invariable ni lineal.

El sujeto, cualquiera de nosotros digámoslo así,  no es “todo el tiempo el mismo”, idéntico y uniforme, monótono y repetitivo en cada uno de sus comportamientos para con los demás. Tampoco  de los comportamientos de uno mismo, para con uno mismo.

De mí mismo, se tienen distintas opiniones-impresiones-definiciones… calificativos, al fin y al cabo, por parte de los otros con los que estoy.

Soy un ser distinto según se me perciba, y aunque puedan ser opiniones que digan cosas parecidas de mí, puede también haberlas, y de hecho las hay, que dicen cosas bien distintas. Unos, me ven de una manera… otros… no.