El proceso psicoterapéutico,  no deja de ser una relación entre dos seres humanos, todo lo asimétrica que se quiera y muy diferente a cualquier otra relación. La frialdad, se me antoja como una impostura que genera distanciamiento, inhibición y, por tanto dificulta ese proceso inverso a la represión que es la expresión,  y que, si no puede darse en el “recinto” del encuentro psicoterapéutico ¿dónde se puede esperar que se produzca?

El proceso terapéutico, es un proceso de  DOS  que debe empezar tratando de empatizar (siendo sensible a las sensaciones, ritmos y nivel de desarrollo de funcionamiento de la otra persona), pero también respondiendo con afecto recíproco a los sentimientos del otro. La sintonía a los afectos de tristeza, miedo, enojo y alegría del paciente crea una atmósfera intersubjetiva que permite ese especial  contacto que buscamos como terapeutas, siempre con la intención de cubrir posibles déficits que puedan haberse producido en la biografía de quien nos consulta.

El reconocimiento por parte del terapeuta y su sintonía con el paciente, satisface así la necesidad de vínculos que puedan no haber sido satisfechos antes, a partir de una actitud de aceptación y respeto por la naturaleza de lo que nos es comunicado.

Semejante implicación terapéutica incluye tanto el sentimiento del paciente como el interés del psicoterapeuta en su bienestar,  esto es, la validación de esa necesidad  de ser aceptado por otra persona estable, fidedigna e interesada. Esta es una de nuestras funciones.

La autodefinición es la necesidad relacional de conocer y expresar la propia singularidad de uno y de recibir reconocimiento y aceptación por el otro. La auto-definición es la comunicación de la identidad auto-escogida de uno a través de la expresión de preferencias, intereses, e ideas, sin humillación o rechazo.