Tanto en la fobia como en la obsesión, se sabe lo que angustia, pero no se sabe por qué angustia.

El carácter de absurdidad, que el propio paciente confiere de la fobia y también de la obsesión, se produce en él en la medida en que él mismo ignora el sentido que tiene su huida en el caso de la fobia, o su rito en el caso de la obsesión.

La psicología dinámica actual, reconoce que, las más de las veces, el complejo de culpabilidad, constituye el núcleo de estas expresiones (fobias, obsesiones, etc.) directas o elaboradas de la angustia.

La angustia, tanto cuando se presenta en forma de crisis pura, como cuando se proyecta somáticamente (órgano-neurosis), o psíquicamente (fobias, obsesiones), es no solo la expresión del conflicto habido por algún hecho, sino también y en mucha mayor medida, el temor a la culpa posible (¿seré o no culpable?) y  reiterable.

En la obsesión, a diferencia con la fobia, en la que los posibles riesgos podrían verificarse, el riesgo que puede deparar el objeto es completamente imposible.

A nadie “normal”  le puede ocurrir nada si no toca, por ejemplo, un botón, después de haber pensado en determinada persona.

Tampoco si se deja pasar un coche sin que leamos la matrícula, o porque no encendamos y apaguemos la luz un número concreto de veces antes de acostarnos. Pero, a quien padece la alteración, sí le ocurre algo… le trastorna, le angustia, le enferma.