En psicoterapia, paciente y terapeuta hacen un recorrido conjunto.
Es esencial mantener referentes de encuentro, marcas de contacto que nos permitan avanzar aunque sin certeza, tolerando la indefinición del recorrido.
Ambos, paciente y terapeuta, experimentan angustia en ese quehacer juntos, difícil y lleno de tropiezos, pero al mismo tiempo nos hace salir de la urna que nos limita, apoyándonos en lo que conocemos a la par que huir de lo que nos dogmatiza.

Estamos en una profesión difícil, y lo que hemos de aprender a hacer en el desarrollo terapéutico, esto es, lo que la consulta representa, constituye un obstáculo importante al representar un espacio privado, más aún,  una situación íntima, invisible por la peculiaridad de lo que allí se maneja. Otras profesiones, pueden ser observadas sin intimidación para quien la ejerce ni para en quien recae el ejercicio de la misma; es el caso de un profesor, un librero o un carpintero.

Esto ocurre porque son profesiones observables (profesiones que se ejercen de manera pública si queremos).

Las referencias más cercanas, de cómo se actúa en consulta, las tenemos en el acto eventual y propio de “ir al médico”, o de “ir al psicólogo”, porque hemos necesitado consultar. Son estos actos (algún vídeo incluso que hayamos visto), los que nos han puesto en contacto con la profesión “en acción”, siendo nosotros protagonistas, en alguna medida, de ella.

En la situación de ser paciente hemos tenido oportunidad de ver  actuar al otro sobre mí o mejor, en interacción conmigo, una singular experiencia vivida, en relación con la intimidad de la consulta. Con todo y con eso, hemos aprendido que hay médicos o psicólogos “que nos gustan” (seguramente tendrá que ver con ese sentimiento genuino – porque ha de ser genuino no puede ser de otra manera – de empatía. A unos les consideramos “buenos” y dignos de nuestra confianza, y a otros los consideramos “malos” y  ni recomendaremos ni volveremos si existe otra posibilidad.

Todos hemos sido pacientes, y por lo tanto, merece un espacio de atención esta figura. Hay que hablar de paciente, pero no en relación única consigo mismo, situándole solo y aislado de con lo que está. Lo que le pasa al paciente, le pasa en una situación concreta, en lo que son sus relaciones con lo que inmediatamente le circunda, con ese mundo de vínculos propio. Lo que le ocurre, le pasa siempre porque está en relación con los demás, que también son parte de él; están en él, e influyen en él, como al mismo tiempo él influye en ellos. Lo que ahora le ocurre, y por lo que consulta, nace o nació en su actividad como persona. El paciente está enfermo, pero lo está en una situación concreta,  en una situación en la que también están los demás. Incluso, cuando se nos manifiesta como paciente en la consulta que nos pueda hacer, se nos presenta en una situación, si queremos, especial, como de laboratorio. Porque “la consulta”, de alguna manera, no es sino una especial relación y aunque es un “artificio”, porque es una situación que en principio es creada “artificialmente” y precisamente para “el encuentro terapeuta- paciente”, pero, a pesar de esto, es de cualquier manera una situación relacional y vincular, en la que, imperativamente,  el enfermo está conmigo, y yo con él.

Cuando en una persona acontece la situación de encontrar-se  “enfermo”, acontece también el hecho en bruto de que nos consulta sobre “lo que le está pasando”, si bien la consulta real, es más bien sobre lo que le está pasando en su situación de ahora. Aquí debemos de entender, que todo lo que le viene pasando a quien nos consulta y que nos expone como motivo de su consulta, es un “estar pasando” en situaciones y contextos concretos que configuran experiencias personales únicas.