En el trastorno obsesivo compulsivo, a diferencia con las fobias, en la que los posibles riesgos podrían verificarse, el riesgo que puede deparar el objeto es completamente imposible.

A nadie “normal”  le puede ocurrir nada si no toca, por ejemplo, un botón, después de haber pensado en determinada persona.

Tampoco si se deja pasar un coche sin que leamos la matrícula, o porque no encendamos y apaguemos la luz un número concreto de veces antes de acostarnos.

Pero, a quien padece la alteración, sí le ocurre algo… le trastorna, le angustia, le enferma.

Para calificar un acto de obsesivo,  hace falta que reúna las siguientes condiciones: que se imponga al sujeto desde sí-mismo y en el primer plano de su actividad;  también que sea incontenible: “lo tengo que hacer “sí o sí”, así como que sea reputado como absurdo por la índole de su contenido por el propio paciente.

Todos los actos obsesivos, tienen el carácter de ser impuestos desde uno mismo, son por eso denominados actos compulsivos o actos anancásticos. (Ananké = sentirse  -uno mismo- forzado a…).

En este tipo de trastorno, se observan los dinamismos elementales de toda neurosis, esto es, la angustia ante la posibilidad (de que algo ocurra, (ó,  de que algo no ocurra).

La defensa frente a la angustia, es en este caso, mediante actividades subsidiarias como los rituales antes mencionados y a los que el paciente confiere algo así como “un poder mágico” en orden a quedar protegido si los realiza.

Como ya sabemos, en toda neurosis, la angustia tiene como función el defenderse de ella misma buscando, o mejor, solicitando protección.

La angustia, tiene por tanto la función del logro de una relación protectora, para lo cual el sujeto, regresa a estadios infantiles con carácter momentáneo o duradero.

Una posibilidad de logro de esta relación, es la de convertir la angustia en síntomas somáticos de “presunto” carácter patológico.

El sujeto entonces, expresa la angustia en forma de síntomas corporales, es decir hipocondriacos: cardiacos, respiratorios, digestivos…

Realmente, debemos de contar que tales síntomas no son simulaciones. Es el lenguaje del cuerpo: “el dolor del alma que se refleja en el cuerpo”, si vale la metáfora.