No es fácil ayudar.
Nunca lo fue.

Y en la  consulta… crece la dificultad. 

Con la intención y las buenas palabras, no basta.

 Los buenos sentimientos, no sirven para nada a la hora de tratar a los pacientes:

en general, nunca sirven para nada, porque abocan al peligro del sentimentalismo,

Ese ánimo pobre, que encuentra soluciones en cosas tan retorcidas como la bondad, la esperanza, la abnegación, el esfuerzo, el sacrificio… y otras falsas virtudes: son afectos demasiado engreídos.

Solo de entre todos los sentimientos llamados nobles, uno, pienso yo, que merece la pena poner a salvo: la simpatía.

 Y esto, porque la simpatía es espontanea, no tiene precio, y es consciente de sí misma.

El buen ánimo, y gusto por agradar, son gratuitos y alegres, propios de quien no se considera indispensable,

y se siente bien tratado por la vida… al margen de su suerte.