Dicen que las palabras se las lleva el viento.

Eso era antes. Antes, las palabras, se las llevaba el viento…

 Ahora no.

Ahora, las palabras quedan escritas a consecuencia de los dispositivos que la tecnología pone a nuestro alcance

y a las distintas aplicaciones de las que se nutren.

Quedan grabadas. No sé, si para siempre… con viento, o sin él.

 Conviene advertirse a sí mismo de una prudencia exquisita si es que uno “tira” de Facebook, Twitter, Whatsapp… para dejar escrita cualquier cosa, dado que estos alojamientos guardan memoria de lo hecho, y convierten en “prueba” ante distintos Poderes.

Lo que antes era solo un soplo al aire al que solo tenía acceso quien lo emitía y, si acaso, unos pocos más, y ante el cual,

siempre uno podía recurrir al muy socorrido aforismo de:

“es tu palabra… contra la mía”.

 Hoy, comunicándonos, como lo hacemos, mayoritariamente a base de mensajes, ya no está en vigor esta condición.

 La palabra, casi siempre queda escrita y, entonces, no hay dilema: “lo escrito, escrito está”, como en su momento Poncio Pilato refería obediente a Caifás.

Quien nos iba a decir, que un pequeño smarphon podía suponer detenciones, juicios, privación de libertad, o, como en aquella época crucifixión.

 Lo que son las cosas…