La psicosis, en efecto, es el resultado de un conflicto preexistente con la realidad  pero… ¿qué realidad?

No la realidad externa, como suponía Freud, sino la del propio  sujeto, la constatación de su impotencia (de no ser capaz) para ser “socio” de la realidad en la que vive, concretamente de los hombres y mujeres con los cuales hay necesidad de relación. Tal y como el sujeto se ve en la realidad, no logra ser mínimamente en ella, o, para usar de expresiones coloquiales pero muy acertadas “no puede con ella”, “no puede hacer(se) en ella”… pero…  ¿y si yo, fuera otro?,  ¿y si fuera aquel que desearía ser? … Entonces… ¡sí que podría!. Por eso comienza a fantasearse distinto… y llegado el caso… a hacerse distinto mediante el delirio, convirtiéndose en otro.

No habría locura, ni siquiera necesidad de fantasear o de soñar, si la realidad se anticipase a nuestras necesidades y fuera imposible la insatisfacción. Esa satisfacción de todas nuestras necesidades, solo ocurre en la neta fantasía. Pero deja de ocurrir en cuanto el sujeto vuelve a la realidad.  Pero… ¿y si no se regresa a la realidad?,  ¿y si el sujeto se queda instalado en su fantasía, porque ya es su realidad?…  esto es, precisamente,  la locura