Las actitudes: Especialmente nos centraremos sobre las actitudes polares simpatía-antipatía, decente-indecente, dominante-sumiso, agresivo-afectivo, bueno-malo.

Constituye una cualidad de nosotros mismos, por la que también somos reconocidos y calificados, ciñéndonos al  aspecto ético y al  aspecto  pático de la persona.

En el plano ético, somos advertidos en nuestra relación con los otros como honestos y participamos de una “moral alta” o, por el contrario, somos deshonestos y por consecuencia amorales.

También en el plano pático, somos opinados en nuestras interacciones siendo simpáticos o antipáticos. Ser simpático, es una “cualidad por la que somos capaces de producir en nosotros una inclinación afectiva generalmente espontánea y mutua que genera placer o agrado, y que se correlaciona con un modo de ser y de carácter de una persona que la hacen atractiva o agradable a las demás”.

Por el contrario, ser antipáticos conlleva el hecho de que se produzca en nosotros un “sentimiento de aversión que, en mayor o menor grado, se experimenta, hacia alguna persona, animal o cosa”  y que suponen una oposición recíproca entre yo mismo, como objeto, y los demás. (Ambas dos definiciones ha sido extraídas del diccionario de la Real Academia Española).

Ser simpático o ser antipático decide pues respecto de la aceptación o rechazo del otro u otros. Por supuesto, las actitudes son muchas veces inferidas, bien de comportamientos, bien de señales a las que se les confiere un significado.

También son importantes las actitudes a través de las cuales los demás nos consideran con acierto o no, como buenos o malos. Precisamente de ellas derivan otra serie de actitudes tales como la confianza o desconfianza. En suma, de esta serie de actitudes a las que calificamos habitualmente de morales o éticas se deduce (con mayor o menor acierto)  la estructura moral del sujeto.