Vincularse a los demás, es una de las grande incógnitas que todos nos planteamos.

Los problemas de los seres humanos, muy en síntesis, se reducen a dos: La necesidad de vincularse a determinados objetos para la satisfacción de sus deseos, y, hacerlo con el menor coste posible.

Somos además,  entes relacionantes, esto es, cito a Castilla del Pino, “estamos en continua relación con los otros, o con nosotros mismos, y en  esta relación con los otros, que no soy yo, puedo exhibirme de múltiples formas gracias a la posibilidad que tengo de ser versátil en la construcción de yoes como antes hemos visto.

Puedo, si me lo propongo, mostrar después de construirlo el  mejor de los yoes posibles para la relación con el objeto que ahora me interesa”. Y esto, viene a ser así, entre otras cosas, porque la “relación sujeto-objeto, nunca es neutral ni ingenua, dado que el sujeto es un “ser cognitivo-emocional, esto es, el sujeto conoce y desea; disposiciones ambas incompatibles con una posición de neutralidad con lo que entre en relación”.

 Con independencia de que cambie en el curso de la interacción, el sujeto parte de una teoría, una conjetura, una figuración en la que intervienen la imagen que el sujeto tiene del objeto y la imagen que el sujeto cree que el objeto tiene de él.

La relación sujeto-objeto, a partir de tales conjeturas, y figuraciones, es una relación en principio “conflictiva”, merced al principio de incertidumbre que rige respecto de la intimidad del otro, nunca descubierto (ni susceptible de serlo).

Confiar, es una forma de valorar sobre la base de datos incompletos, datos que suponemos, meros indicios que descubrimos del otro mientras observamos, y que convierten la respuesta y propuesta, en este caso de ambos, también en apuesta.