Lo que se hace en psicoterapia, en tender a comunicarnos – relacionarnos-  desde nuestro “yo social” – pero no desde nuestro yo profundo o verdadero yo.

Nos entendemos, por tanto, sólo dentro de los márgenes de lo permisible, de lo socialmente legitimado, y nunca, o casi nunca, de forma real y efectiva: “el entendimiento es una forma de hablar, de comunicarse, en el plano de lo permisible.

Pero la consideración de que tal entendimiento comporta la necesaria limitación en el hablar nos lleva de inmediato a inferir la existencia de una situación (…) en la cual alguien o algunos permiten hablar, mientras a otro o a otros les es permitido hablar dentro de los límites que los primeros imponen.

He aquí, por tanto, la aparición del desfase o de la asincronía entre las exigencias de unos y la tolerancia de otros.

Sólo cuando el entendimiento, por parcial que sea, se posibilita entre los componentes de un mismo grupo, basta para las necesidades del mismo”.

Sin embargo, en psicoterapia, esto no puede ser así.

No podemos realmente ayudar a quien lo requiere, si partimos de un supuesto que puede resultar paradójico, y que sin embargo, puede no serlo; esto es: que verifiquemos nuestra relación interpersonal no con un yo frente a un tú, sino como un yo que no soy yo (un falso yo) frente a un tú que tampoco lo es (otro falso tú).

 Así, podríamos decir que la intersubjetividad es a priori necesaria para la comunicación de lo decible, pero no para la real comunicación.

Sólo podemos vivir lo que pensamos y sólo podemos pensar lo que podemos decir.

La intersubjetividad nos permite establecer relaciones con los otros, hablar con los otros y percibir que nos estamos comunicando con esos otros.

Pero aunque percibamos que nos estamos comunicando, como ya hemos visto, esa comunicación es siempre parcial, no la ponemos en duda porque necesitamos creer que efectivamente nos estamos comunicando para tratar de entendernos unos a otros.

Estamos en una profesión difícil, “una profesión de alto riesgo” porque lo que hemos de aprender a hacer en el desarrollo terapéutico, y en  lo que la consulta representa como  espacio privado, más aún, como una situación íntima, que tiende a ser invisible por la peculiaridad de lo que allí se maneja, y en el que  estas  limitaciones que el lenguaje impone al mundo formado por paciente y terapeuta, puede ser un primer obstáculo.

Pensar sobre parte de lo vivenciado y hablar sólo sobre lo que es posible decir – puede dar lugar a un fenómeno que acaece por el uso de dos  lenguajes diferentes y que no es otro que el sobre-entendimiento, al que desde un principio habrá que estar atentos.

Otras profesiones, pueden ser observadas sin intimidación para quienes la ejercen ni para en quien recae el ejercicio de las mismas; es el caso de un profesor, un librero, un carpintero, un periodista o un vendedor, por ejemplo.

Podemos verlos actuar, y aprender de su técnica y también de “sus maneras”, si son un buen ejemplo de la persona que ejerce en sí. Esto ocurre porque son profesiones observables (profesiones que se ejercen de manera pública si queremos).

No ocurre así, normalmente, en el caso del médico o del psicólogo (y nunca en el caso del confesor).

La “acción” terapeuta-paciente, al constituirse en una relación íntima, no es observable, salvo que así se acuerde con un paciente concreto, y siempre con su autorización.