Las cosas se ven, no como son, sino como las miramos.
A poco que se piense, se verá que la situación no es solo singular, referida a la persona, es decir, en la medida en que esa situación es mía – cada uno está ante la misma realidad, pero en su personal situación, nadie puede ponerse, salvo metafóricamente y atenuadamente en la situación del otro, sino que es, aún para la misma persona, además de singular, cambiante y, por lo tanto, específica de un instante a otro.
Y esto, porque la situación es absolutamente dinámica, incluso si sólo intervienen los mismos elementos en la estructura objetiva de la realidad externa dado que el ser humano cuenta con una identidad compleja no lineal.
Hay, pues, una realidad dada, sobre la que mi actitud marca una reestructuración de la misma, que la convierte en propiamente mía y que se constituye como mí situación. Con otras palabras, el cambio que introduzco en la realidad dada, reorganiza el “campo” en el que estoy, y me coloca en una situación nueva, única y propia.
La realidad de un instante, y quizá esta sea la conclusión más importante de este breve análisis, no es por tanto homogénea. Su complejidad viene dada por el hecho aparentemente paradójico de que la realidad en un momento cualquiera, siendo una, es, al mismo tiempo, heterogénea (ser una para mí no necesariamente lleva consigo el hecho de que sea una –la misma- para el otro).
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