Soñar despierto y soñar dormido, son dos maneras de realidad.

Cuando “soñamos despiertos”, porque imaginamos cómo sería nuestra vida de tal o cual manera, construimos una realidad nuestra pero apoyada en las imágenes que hemos percibido, y en escenarios que normalmente conocemos y que transformamos a nuestro gusto.

Pero en el sueño verdadero, cuando dormimos, la producción es totalmente íntima y personal.

Nada externo ha intervenido, a propósito al menos, en el momento del sueño para soñar eso que soñamos. Y  sin embargo en muy muchas ocasiones, los concebimos como extraños y ajenos a mi persona, y quizá por esta razón, se cuentan como si no fueran propios.

En las fantasías, no ocurre así. Las fantasías no se ofrecen al otro ni se cuentan con igual facilidad. Muchas veces, permanecen siempre en lo pensado como íntimo, sin que vean otra luz que la de la evocación de quien la ha construido, permaneciendo muchas veces, para siempre, en la clandestinidad… y quizá mejor que sea así.