El celoso, es una persona suspicaz, y por eso cree que su objeto de amor le engaña (no lo sabe, pero lo cree…).

Cuando el celoso se convierte en un delirante de celos (ya psicótico), no cree que se le engañe, sino que sabe que se le engaña, incluso, con quien le engaña.

Lo que discutimos, en consulta con la persona celosa, cosa que debe hacerse siempre, es el carácter de evidencia de su enunciado, cuando respecto de él solo cabe la creencia, el supuesto o la sospecha”. (En el delirio de celos del ejemplo anterior, solo cabría la posibilidad o la sospecha de que el paciente fuera engañado por su pareja.

Sin embargo, el paciente, en su delirio sostiene que está siendo engañado. Esto es precisamente lo que separa lo que entendemos por  “normal” de lo  delirante. “No nos separa –dice el Dr. Castilla del Pino- que él crea y nosotros no creamos.

Lo que ocurre es que nosotros podemos creer (o no creer) que algo pueda ser así como él dice.

Sin embargo, el delirante, en tanto que “vidente”, sabe que es así, siendo de enorme dificultad el que admita alguna duda lo que él considera como cierto.

Un inciso (a modo de ejemplo) sobre esta “videncia”:

fijémonos que en una “creencia”, religiosa por ejemplo, el creyente no tiene evidencia, y por eso precisamente “cree”.

En el delirante religioso, cuando es paciente,  no cree, sino que afirma, y por eso se convierte en vidente. El ha visto a Dios, incluso… él es elegido de Dios porque le ha hablado.