Todo yo se construye con uno o más propósitos.

Es lo que caracteriza toda actuación.

La actividad se eleva al rango de actuación cuando se instrumentaliza al servicio del propósito del sujeto.

Todo acto psíquico está dirigido y por tanto, tiene un propósito.

Nadie hace porque sí.

Todas las actuaciones del yo son mentales y, por tanto, todas, sin excepción, se supeditan, gracias a su propiedad intencional, al propósito del sujeto, que se resume en hacer vida de relación.

No hay sujeto sin propósito, y para llevarlo a cabo precisa construir el yo que hemos adjetivado como “ad hoc” o rescatar alguno de los que ya construyó y por lo tanto tiene.

Por otro lado, el sujeto ha de reconocer todos sus yoes como de él, como propios de él, de su posesión.

Porque cada yo es suyo, como decía W. James, y aun exteriorizado no pierde el sujeto su tutela y su propiedad. Salvo en la situación esquizofrénica o la que se aproxima peligrosamente a ella, el sujeto asume todos los yoes como suyos.