Sobre uno mismo y sobre los demás, esto es, de la relación interpersonal emana, asimismo, la posibilidad de que el sujeto se relacione consigo mismo, esto es lo que llamamos reflexividad, que constituye, “que sepamos –una propiedad específicamente humana. 

Pero, además, la conducta posee un sentido (intencionalidad y motivacional: uno hace… para algo/alguien, y uno hace… por algo/alguien). Como consecuencia, todo lo que hace el ser humano,  tiene un carácter relacional; mejor dicho, es la relación con los objetos y con uno mismo.

La naturaleza de la relación que alguien establece,  está determinada por el significado o valoración que hace de “lo otro”, sea lo que fuere eso otro. La persona no se relaciona con los objetos de modo imparcial, sino en función de cómo los valora, es decir, de cómo son para él y de qué significan para él. Los objetos no son independientes de lo que al sujeto le parezcan, sino que “son lo que le parece que son”.

El concepto de sujeto o de persona, conforme a lo expuesto anteriormente, está estrechamente ligado al de valor. Esto es así, en primer lugar, porque no existen los valores por fuera del sujeto: yo soy quien valora. Y en segundo lugar, porque, como antes se apuntó, el sujeto, como “conciencia de sí”, implica además un conjunto de especiales valoraciones: las que hago de mí mismo. Estas valoraciones (hacia lo/s demás y hacia mí mismo) conforman,  de alguna manera, mi identidad; intervienen en la formación de eso que podemos identificar como YO MISMO.