Respecto de la propositividad, todo yo se construye con uno o más propósitos. Es lo que caracteriza toda actuación. La actividad se eleva al rango de actuación cuando se instrumentaliza al servicio del propósito del sujeto. Todo acto psíquico está dirigido y por tanto, tiene un propósito. Nadie hace porque sí.  Todas las actuaciones del yo son mentales y, por tanto, todas, sin excepción, se supeditan, gracias a su propiedad intencional, al propósito del sujeto, que, en última instancia, se resume en la fórmula siguiente: hacer vida de relación, es decir, establecer una relación de él como sujeto con el otro (otro sujeto, un objeto propiamente dicho).

La construcción de yoes está indisolublemente ligada a la tarea propositiva del sujeto; no hay sujeto sin propósito, y para llevarlo a cabo precisa construir el yo que hemos adjetivado como “ad hoc” o rescatar alguno de los que ya construyó y por lo tanto tiene, porque le sirve ahora para esa concretísima situación que se le presenta.