En terapia, los procesos emocionales inevitablemente surgen. Y surgen tanto en el paciente, como en cualquier terapeuta en la relación con quien le consulta.
Son procesos que deben ser tenidos en cuenta, como un fenómeno más de lo que ocurre en este tipo de situación.
Son procesos que,por consiguiente, deben ser admitidos y manejados como realidades que se van produciendo en el marco de la terapia.

La empatía, es uno de estos procesos. Un proceso dinámico de inferencias. No podemos conocer directamente los sentimientos de la otra persona, pero sí podemos hacer deducciones basadas en nuestra propia experiencia a partir de las “señales” transmitidas por el otro, con todo él, comparándolas con nuestros propios recursos internos.

En el proceso empático, en el análisis de la terapia, quedan evidenciados los procesos de comprensión y explicación. Pero debemos estar advertidos que entre comprensión y explicación no existe una clara diferenciación operativa, pudiendo el especialista combinarlos u oscilar entre ambos desdibujándose sus límites.

Entendido así, la propuesta es pensar en un concepto dinámico de empatía.
Un proceso en el que entramos  como en “un encuentro” como en una “búsqueda” del propio modo de pensar o actuar en la experiencia de otra persona.
Interpretamos, razonadamente, aunque no necesariamente de forma consciente, lo que una determinada experiencia significa o dice del otro en mí. Y las conclusiones que sacamos, debemos someterlas a confirmación o invalidación por medio del contraste con lo real, que en este caso, es la persona (ahora paciente) con quien me encuentro.

Un esquema de relación intersubjetiva, como es el  caso que  sucede en la consulta, debe ser capaz de contar con la comprensión empática no como una experiencia más sino, quizá, como “la experiencia”, contando con que en dicha relación habrá tanto momentos de fusión afectiva, como de conflicto, y esto porque “encuentro” y “desencuentro” constituyen situaciones que aparecen en las relaciones, sean de la índole que sean.