Amar y odiar, son dos formas básicas, de vinculación a los objetos: de aceptación y de  rechazo.

En principio, debemos abandonar la idea de que solo existe un tipo de vinculación desiderativa: la posesiva o amorosa.

Hay, como ya se puede uno figurar, otro tipo exactamente opuesto: la vinculación aversiva, que supone el rechazo del objeto.

El rechazo, es, naturalmente activo: esto es, se pretende apartar del entorno al objeto odiado, y mantenerlo alejado.

Pero, “démonos cuenta  de que el rechazo explícito, no es una renuncia al objeto, sino una poderosa forma de vinculación

All organizar la realidad mediante la distribución de sus preferencias y contra-preferencias sobre los objetos, el sujeto la adapta a sus conveniencias y necesidades.

Elige, para su aceptación, aquellos objetos con los que de antemano se encuentra gustosamente vinculado, y elige para su rechazo, a los que le perturban y deparan displacer.

En este sentido, intenta distinguir en la realidad: los objetos míos  y  los objetos no–míos.

Esta organización subjetiva de la realidad es fundamental para el proceso adaptativo y para el logro de una relación simétrica sujeto-realidad. Lo que podríamos llamar, una situación de homeóstasis ideal.

Por el contrario, odiar a un objeto que no puede ser evitado, o amar al objeto que no puede ser poseído, añade tensión e inadaptación en esa relación sujeto-objeto.

Un hecho decisivo, para entender la complejidad de la relación del sujeto con el objeto,  es que la vinculación afectiva no se establece directamente con los objetos, “sino con las imágenes de los mismos construidas por cada uno de nosotros”,  (esto es,  por lo que me figuro de él y que ha sido producido por mí).