“Hay que considerar que, aún sin llegar a situaciones límite, la simple relación interpersonal, es, frecuentemente, suscitadora de angustia, o por lo menos, de un cierto montante de ansiedad, y esto porque en toda relación se cuestiona nuestra identidad” dice Castilla del Pino.
En la relación, nos manifestamos, según cuál sea ese concreto momento, de una determinada manera, y así dejamos descubrir no nuestra persona, sino nuestro personaje.
Un rasgo nuclear de la personalidad del neurótico es la inseguridad. La angustia es, en ese sentido, el temor a la posibilidad de no dominación de una situación que se vive como probable, a sentirse aniquilado o perjudicado ante ella.
Así la fobia, por ejemplo, es la inseguridad de que una situación concreta domine sobre el sujeto (una gran plaza, se nos presenta no solo como un espacio abierto, que lo es, sino como la posibilidad de que al atravesarla sea presa de vértigo y no consiga cruzarla; la habitación cerrada, es la posibilidad de no poder escapar ante la inminencia de un riesgo que pudiera acaecer, el avión es la posibilidad de que pueda ocurrir un accidente inesperado).
En la obsesión, la inseguridad surge ante el propio acto que se realiza para deshacer o que no ocurra un suceder adverso. Así cuando he actuado, imperiosamente me pregunto: ¿estoy seguro de que he actuado como quería actuar, esto es, apagando la luz que deseaba, cerrando la puerta que quería, contando las baldosas que quería contar…? ó ¿estoy suficientemente limpio cuando lavo mis manos o aún tengo gérmenes?
En la histeria (hoy prácticamente descartada, al menos como entidad diagnóstica en la clínica), la inseguridad se refiere, ante todo, a la no comprobada atención y afecto de los demás. Quien padece un trastorno histérico, pone a prueba a los demás respecto de su afecto hacia el sujeto que ahora ostenta, por ejemplo una ceguera, o una parálisis o una crisis: “No estoy seguro de lo que me quieres”.
En las somatizaciones, (hipocondríacas más o menos localizadas), la inseguridad afecta a la salud del cuerpo o de una parte de él. Somatizamos para que la angustia, sea angustia localizada. No me angustia lo que pude hacer mal, me angustia el dolor que me invade en tal o cual sitio de mí cuerpo. De este modo, no hace falta rememorar la acción o el acontecimiento que pudo angustiarme. Somatizando, queda veladamente oculto ese suceso, que no obstante, se manifiesta en el cuerpo como dolor.
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