Cuerpo y mente, son parte de uno mismo. La persona esculpe su forma de mostrarse con el cuerpo, único instrumento para su expresión, y, por tanto, para su presentación ante los otros.
Ortega sostuvo una tesis análoga en su ensayo sobre la expresión como fenómeno cósmico (Obras completas. Vol. II, 577):
“La carne se nos presenta, desde luego, como la exteriorización de algo esencialmente interno… Lo interno de la carne no llega nunca por sí mismo a hacerse externo: es radical, absolutamente interno. Es, por esencia, intimidad… El gesto, la forma de nuestro cuerpo, es la pantomima de nuestra alma. El hombre externo es el actor que representa al hombre interior. El cuerpo humano tiene una función de representar un alma; por eso, mirarlo es más bien interpretarlo. El cuerpo humano es lo que es y, «además», significa lo que él no es: un alma.”
Para Ortega, como para otros muchos, el vestido, el adorno son prolongaciones del cuerpo y, por tanto, guardan idéntica relación que el cuerpo con aquello que oculta: el sujeto… o, para continuar con el texto de Ortega, “un alma, espíritu, conciencia, psique…persona, como se prefiera llamar a toda esa porción del hombre que no es físico”.
No deja de llamar la atención que cuando hacemos a solas lo que habitualmente hacemos para los demás, construir y expresar un yo con los caracteres de yo público (cuando a solas, por ejemplo, dictamos en la intimidad un discurso que hay que dar, o preparamos una entrevista que, por complicada, requiere de ensayo, o simplemente, representamos, a solas, un monólogo).
Si se nos sorprende, se duda de nuestra cordura; a la inversa, los yoes privados apenas se asemejan a los públicos, y cuando evocamos, por ejemplo, situaciones de comicidad, no reímos del mismo modo (a carcajadas) que si lo hacemos con y para otros, si acaso, esbozamos una mera sonrisa.
Los instrumentos para los yoes públicos, privados e íntimos son los mismos, pero se utilizan de modo distinto, en el sentido de que usan del cuerpo de una u otra manera.
Las actuaciones del sujeto se hacen en forma de un yo que, como instrumento, responde a los propósitos del sujeto; un yo que, si resulta embarazoso o inadecuado, se rehace, como se rehace o corrige una carta, una canción, una sonata que “ha salido mal”, y esto porque hacemos para los demás; nuestra relación con ellos no es susceptible de ser eludida.
El cuerpo es el lugar, entonces, en el que y con el que el sujeto representa el yo de la actuación, en donde los que interactuamos con él intuimos la verdad o engaño del yo que el sujeto nos ofrece, como lo prueba ese ponernos en guardia ante aquel que al saludarnos nos sonríe de tal manera, con sólo la boca, en una mueca que induce a pensar que no se alegra de vernos.
Sabemos cómo el cuerpo nos delata a pesar del esfuerzo del sujeto por hacer con él, el yo que quisiera representar hábilmente ante aquel que tiene delante y con el que está en obligada relación.
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