El ser humano es un objeto de deseo.

Somos seres, unos y otras, deseantes y sin deseo, el ser humano moriría, o mejor dicho… se dejaría morir.

 Es lo que ocurre en cualquier depresión: nada apetece, nada se quiere, nada despierta nuestro interés: el deseo…  desaparece, claudica… por el motivo que sea, por eso “no se tienen ganas de nada”,

Por eso, también, uno pone la importancia de su propia vida, en cuestión.

 Hace no tanto, un psiquiatra amigo, me pidió opinión, precisamente, sobre uno de sus pacientes que presentaba una depresión severa.

Algo alterado, me indicaba que su paciente, había tenido la tentación de  entrar en una “casa de placer”….. y de hecho entró.

 Yo, le pregunté si eso le preocupaba por algún motivo, y sí, le preocupaba, y mucho. Porque aunque su formación científica tiraba hacia su lado más laico, su educación moral, no dejaba de molestar su conciencia con la decisión de su paciente.

En mi opinión, le dije, eso es bueno, y esto porque el deseo, sea cual sea, ha despertado de su letargo: tu paciente… ya tiene ganas… de lo que sea…

 Apareció el deseo, y esto debería de alegrarte, porque se está curando, está saliendo de la depresión,precisamente porque está deseando, aunque sea así.

 Le dije más, reconozco que en un tono jocoso con el ánimo de aliviar su conciencia:

Yo no estaría preocupado porque entre en un lugar de estos…

lo que realmente me preocuparía “es que no saliera”…

 Al fin y al cabo… la carne, es débil,

un pretexto que nos viene bien a todos y a cualquiera.