La inhibición como “incapacidad de hacer” se manifiesta, prácticamente, siempre en el enfermo depresivo. El enfermo no puede hacer, casi no puede hablar, no puede moverse, no puede trabajar, no puede…

Una observación muy precisa al respecto hace El Dr. Castilla del Pino, al referirnos que “cuando decimos que el enfermo es incapaz de hacer, lo que realmente ocurre, es que el paciente es incapaz de querer hacer”. 

Lo que realmente acecha y atenaza y por lo tanto inhibe al deprimido, no es un no poder hacer, sino un no poder- querer- hacer.  

El “fallo” – dice Castilla – “no está en la motricidad (como algunas corrientes psicológicas afirman), el fallo está en la   intencionalidad (en el poder querer) que se antepone a todo acto”.

Para hacer,  hay que querer hacer;  y para querer hacer, hace falta poder querer hacer.

En definitiva, la acción se realiza cuando se decide, esto es, cuando intención y expresión del acto son unívocas.

Pero el deseo, como ya apuntó Freud muy perspicazmente, en el deprimido está inhibido; simplemente no está.