En psicología, lo que nos pasa, nos pasa precisamente por ser seres sociales. Esto empieza en la primera infancia, pues queramos o no, y sin definirnos por ninguna Escuela psicológica, desempeña un papel muy importante en el desarrollo de un sentimiento personal de seguridad, o de lo contrario: inseguridad. El niño siente de alguna forma, por empatía, entendida esta como la capacidad del niño de sentir de alguna forma la actitud de las personas hacia él mismo, como un “contagio” o comunión emocional que se establece entre él y los otros que tienen algún significado para él.
PERSPECTIVA DESDE UNO MISMO
Desde esta perspectiva, el «sí-mismo» o «sistema del yo» es una configuración de rasgos de personalidad desarrollados en la infancia para evitar la ansiedad y a su vez “verse”, o al menos intentarlo, en seguridad.
Pero evitar la tensión-ansiedad y buscar la seguridad, no se puede concebir sin entender a la persona basada e inmersa en la red de relaciones interpersonales en la que se encuentra. Es por esta razón, por la que en la relación terapéutica se ha de poner el énfasis en las interacciones, a veces, mucho más que en el conflicto psíquico.
DESDE LA PRIMERA INFANCIA
En este sentido, Harry Stack Sullivan (1892-1949), nos ofrece un enfoque sobre los desórdenes mentales, considerando que es probable que la ansiedad sufrida en la infancia temprana pueda ser, en muchos casos, el origen de muchos desórdenes. Lo que para Sullivan significa vivir y sus dificultades, hace necesario centrarse principalmente, tanto en el aspecto evolutivo del ser humano (y por tanto y necesariamente en sus relaciones), al tiempo que estudiar detalladamente cómo llegó la persona a ser lo que es en su vida adulta, dado que todos nacemos en una clase de organización social dada, y tenemos que adaptarnos (en cierta forma) a ella (cultura, valores, prejuicios, creencias …, esto es “un mundo” de indudable complejidad).
No obstante, todo eso que de alguna forma le es impuesto al ser humano desde su inicio de vida, y las experiencias parametrizadas de alguna manera en función de la cultura, valores, creencias, etc., y que constituyen las primeras experiencias de la persona (a mi modo de ver, también las segundas, terceras y resto de sus experiencias de vida), sólo son importantes, esto es, solo tienen calado cuando se materializan en un MODO PARTICULAR DE VIVIRLAS, esto es, cuando para la persona se transforman en SIGNIFICADO, o lo que es lo mismo, en el significado que para él tuvieron.
¿QUÉ ES LO QUE NOS INFLUYE?
No conviene, no obstante olvidar, que, en todo aquello que tiene un significado “para mí”, es resultante, y así lo pienso de una suma de significados: aquello que significa para los otros (y que me ha sido trasmitido), y de aquello, que tras mi reflexión, significa para mí mismo, y que, naturalmente, está teñido por lo que me trasmitieron.
De esta forma, la persona se convierte en un «centro» de interacciones. Esas interacciones diríamos “son» la persona, y se hacen con la persona, como organismo en constante desarrollo, y en permanente confrontación con ansiedades tendentes a ser calmadas, mediante la búsqueda de la seguridad.
En síntesis diríamos que el individuo no es el objeto de estudio, de cara a un análisis de la persona, dado que es inseparable de su campo interpersonal. Lo mental y la actividad humana, no reside EN el individuo, sino que se genera ENTRE individuos. El Dr. y filósofo, creador del Materialismo Filosófico, nos expone como uno si no tiene con quien relacionarse, no sabría de su existencia. Esto es: existiría, claro está, pero sin saberlo.
LO HUMANO Y LO SOCIAL
Desde esta perspectiva, podemos decir que “lo humano … es social”. Las personalidades se generan como ajustes interpersonales. En esta línea de pensamiento, es imposible entender lo psicológico y lo psicopatológico fuera del entorno interpersonal. Citando a Castilla del Pino: “… es en la consulta, donde la historia clínica se hace biografía”.
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