Merece la pena hacer una observación, con respecto al impudor con el que se suelen relatar los sueños, y que supone cuando menos una curiosidad.

Y es que una característica de los sueños, fundamentalmente de los sueños que nos suponen mayor extrañeza por su contenido, es la de considerarlos como producciones extrañas a nosotros mismos.

Además ocurre igualmente, que los demás, también los consideras como ajenos al soñante.

Cuántas veces hemos dicho: “He tenido un sueño más raro… yo no sé de dónde ha salido el sueño ese…”

Es muy característico, en este tipo de sueños absurdos, rechazar que puedan ser algo nuestro, incluso, a quienes se lo contamos suelen decir algo así como que “eso no es más que un sueño” y punto.

Sin embargo, nuestros sueños, son una producción absolutamente propia.

Quizá sea la producción más íntima que tenemos, ya que no existe una disposición de la voluntad para soñar.

Y, por descontado, no podemos soñar con lo que queremos. Y sin embargo son “nuestros”.

Cuando “soñamos despiertos”, porque imaginamos cómo sería nuestra vida de tal o cual manera, construimos una realidad nuestra pero apoyada en las imágenes que hemos percibido.

Imaginamos en escenarios que normalmente conocemos y que transformamos a nuestro gusto.

Pero en el sueño verdadero, cuando dormimos, la producción es totalmente íntima y personal.

Nada externo ha intervenido, a propósito al menos, en el momento del sueño para soñar eso que soñamos.

Y  sin embargo en muy muchas ocasiones, los concebimos como extraños y ajenos a mi persona, y quizá por esta razón, se cuentan como si no fueran propios.