La persona normalmente no enferma: la enferman.
Para entender la conducta, considerándola como actividad con sentido, la metodología de abordaje ha de ser de carácter interpretativo, esto es hermenéutico, y debe quedar expresada en conceptos de explicación y de comprensión. Se debe propugnar una metodología hermenéutica o interpretativa para el estudio de la actividad humana, pero “el análisis ha de adoptar una perspectiva antropológica, esto es, desde la realidad humana en la que cualquiera se desenvuelve, su terreno, por decirlo así, teniendo su punto de partida en la inesquivable interacción sujeto-medio social”.
La persona enferma, no es una mente aislada que enferma. La persona, enferma de determinada manera y no de otra, y lo hace en un contexto concreto y particular que es el suyo, esto es, su propia y singular realidad.
En síntesis, la persona enferma porque vive en relación, y… pueda “curarse”, por tanto, en relación.
La relación del sujeto con la situación no es imparcial, ya que está mediada por sus actitudes. La actitud supone la valoración que el sujeto hace de la realidad concreta en la que se encuentra, cualquiera que sea esta. De este modo, a los dos conceptos antes mencionados, se añade ahora el de valor. Sujeto, situación y valor son los tres conceptos básicos.
Una teoría del sujeto es ineludible en el estudio del comportamiento humano, bien se aborde desde una óptica psiquiátrica, psicológica, antropológica o social, particularmente si tratamos de explicar las alteraciones que este pueda manifestar y cualquiera que sea la índole de las mismas. Contar con una teoría del sujeto es indispensable si se adopta un punto de vista semántico de la conducta. Dicho de otra manera: no se puede prescindir del sujeto si se pretende ir más allá de una consideración de la psicología como teoría de funciones psíquicas. La concepción semántica de la conducta, es decir, la conducta como actividad con sentido, implica necesariamente la relación interpersonal
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